Escribo...

Escribo porque mi alma se libera, guía las letras y transporta emociones... Compongo porque dialogan, silenciosamente, la pluma y el papel mientras sublimes ascienden mis versos.

viernes, 5 de junio de 2020

Espejismos


   Se sentó en el sillón. El cristal estaba frío pero igualmente, apoyó su cabeza, la inclinó y cerró los ojos. El aliento tibio empañó el vidrio del ventanal. Pensaba. Intentaba olvidar algo que le contraía el pecho, mientras sus lágrimas fluían acompasadas hasta perderse en la comisura de los labios o rodar vertiginosamente hacia el vacío.
   Miró tras el cristal…perdió su mirada hacia algún punto lejano…El corazón cabalgaba en su pecho y una fuerte opresión culminó en un profundo suspiro.
   Pensaba en un mundo de reflejos procedentes de infinitas realidades que se fusionaban delante de sus ojos. Recordó las ilusorias sendas por las había transitado alguna vez…eligió una de ellas aparentando creer que el suelo que pisaba, efectivamente, existía ahora. Podía sentir el camino como si estuviera descalza…lo sentía frío, húmedo y áspero.
   Mientras tanto, la lluvia caía y dejaba morir en el cristal millones de gotas que se deslizaban hasta desaparecer.
   Ella continuó caminando por esa senda imaginaria. Marchaba aunque permanecía frente a su reflejo en el vidrio…sin entender hacia dónde la llevaban sus pasos… lo interesante de este recorrido era comprender que nada se podía comprender… era lo absurdo de un sueño.
   Así, se sumergió en el mundo de los reflejos pretendiendo recrear su realidad…
   Continuó soñando despierta. Veía imágenes debajo de la lluvia. Estaba serena ahora. Llevaba en las manos sus zapatos mojados y de este modo, descalza, se dejó conducir hacia el corazón de un tupido bosque.
   Dentro del frondoso ambiente, lo encontró a él. En ese momento, se sintió más segura y lo abrazó en silencio…
   La mente luchaba por contener esa imagen, pero se tornó difusa, lentamente… se evaporó como un aliento o un suspiro remoto…su mente aterrizó y tomó conciencia de que todo era un espejismo, ilusión que su mente proyectó como gris fachada de una intrascendencia mayúscula.
   Finalmente, reacomodó su cabeza en la fría superficie…se sentía cansada y el sueño la iba tomando suavemente. Quería relajarse, pero el frío que sentía era penetrante. Entonces, abrió los ojos y con estupor observó que se encontraba descalza y que su ropa estaba empapada…



Junio 2020.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Mi pequeña estrellita (A Lourdes)


En tu pelo ensortijado
se enredan mis sueños.
En tus pupilas, dos lunas
encienden mis recuerdos.

Tu voz sublime rima
y envuelve mis oídos,
estremece mis entrañas:
lugar que fue tu nido.

Brillas ante el sol,
perfumas cada brisa.
Me envuelves con tu amor;
sucumbo ante tu risa.

¡Mi pequeña estrellita!
Dulce niña mía.
Me alumbras de noche
y me guías de día.

Acompaño tu camino
y te veo, así ,crecer…
El Dios del destino
te bendijo al nacer.

¡Mi pequeña estrellita!
Dulce niña mía.
Dios te dio el nombre
que el mundo recordaría.

Llevas en tus alas,
la paz y la armonía
y el sello de la Gracia
en el nombre de María.

¡Mi pequeña estrellita!
Dulce niña mía.
La semilla de mi corazón
que florece en mi vida. 




Aquí vendrán...


Aquí vendrán a vivir
mis palabras,
que de vez en cuando
serán historias.

Aquí vendrán a pintar
mis colores,
que de vez en cuando
serán paisajes.

Aquí vendrán a rimar
mis sentimientos,
que de vez en cuando
serán poemas.

Aquí vendrán
mis huellas
como testimonio
de mi existencia. 





La lluvia


Se cuela desde el cielo,

la lluvia que es tristeza.
Va regando sin pereza
un recuerdo a pleno vuelo.

La lluvia es la lágrima
que se esconde en la bruma.
Es horizonte que nubla
la pasión que el viento agita.

La lluvia es manantial
que el río ávido bebe.
Es un recuerdo que duele
Porque vuelca su caudal.

La lluvia es…
mi llegada y
mi partida
en esta ruta vivida.







Palabras del alma



Avanza la pluma
entre líneas y tinieblas;
se ciñe en la espesura
ante cualquier atisbo de luz.

Marcha cada letra
en el campo de batalla;
es deseo irreversible
de la razón y el corazón.

Se afirma cada verso
deslizando mil palabras;
evocando mil recuerdos
contenidos en el alma.





lunes, 25 de mayo de 2020

Ave peregrina




Transitarás el camino, sin rumbo fijo y te dejarás llevar por el impulso de conocer nuevos horizontes. Te sentirás viva ante la brisa que se cuela por la arboleda y sabrás que nada detendrá tu sueño… porque eres libertad a pleno vuelo... porque tus pasos no se cansarán ahora que vislumbras el sendero.
Entonces, cargarás en tu memoria, la mochila de la experiencia y llenarás tus bolsillos de fuertes pasiones… Soltarás tu brío durante el trayecto y respirarás profundamente hasta colmar tus pulmones de armonía y paz.
Será así y más… porque sueltas las amarras, te diriges a la cima pues, eres un ave peregrina.




La espera





La lid


Un dulce perfume a madera lo inundó y en la oscuridad pudo tocar la silueta de la Dama.  Los labios como macizos inaudibles… Ella no lo abrazó, pero de todos modos, él la sintió rozándole el cuerpo frío.  Cerró los párpados y la recorrió sin tocar.
   Quiso abrir los ojos, mas no pudo y en esa instantánea parálisis ocular, imaginó entonces a su amada.  Luego, en un mar silencioso de perfumes, ella se esfumó hasta perderse en la bruma. De pronto, las ilusiones de un futuro amoroso se convirtieron en la condena de un presente imperfecto.
   Agudizó la vista para reencontrase con la Señora, no obstante la niebla sólo le permitió calcular la distancia que los separaba. Observó entre nubarrones su contorno lejano, erguido, tieso, detrás de una formación de variadas figuras que la protegían; la mantenían distante, encerrada en ese mundo que era una antítesis del suyo.
   El fin parecía  asomarse como vía posible. Su anhelo ferviente de tenerla cerca se desvaneció. Una naturaleza en contradicción los unía y distanciaba al mismo tiempo; le provocaba oscuras visiones fantasmales que acechaban su plano terrenal y se encolumnaban delante de su bella Dama…cada uno en su sitio, en su encaque.
   Una simetría absoluta se reflejó frente a sus ojos. Filas y columnas se proyectaron…Una lid blanca y negra se desataría y no había otra alternativa  que afrontar el desafío. Tal como Helena de Troya, su Dama era la representación pura de la belleza deslumbrante e irresistible.  Dos figuras masculinas se enfrentarían por el amor de la Reina.
   El asedio y los encarnizados movimientos comenzaron. Ambos bandos se agitaban estratégicamente sobre el campo de batalla. Caían unos sobre otros, cubrían hileras, se alineaban…
   La partida estaba llegando a su fin… el adversario se aproximó al centro de la zona… No sentía temor ya que estaba dispuesto a morir por ella. Su oponente lucharía hasta el fin. Él no se entregaría con facilidad. Recobró fuerzas, coraje y, alzando su vista la vio cercada aún, sin salida, de pié en la lejanía… Entonces el valor lo impulsó.
Extraños sonidos sucumbieron todos juntos en una dimensión consciente e inconsciente de dos mentes paralelas en fricción.
   El mundo era notoriamente blanco y negro; en sus oídos, el ruido tormentoso ingresaba arisco y penetraba su esencia. Sólo poseía la incesante obsesión de caer a los pies de su Dama.
   Finalmente destruyó a su enemigo.  Ahora llegaría el momento esperado… Uno abatido; otro vencedor.

-¡Jaque mate al Rey blanco!-se escuchó firmemente.

   Aún confundido se deslizó hacia el frente… y en otra zona, jadeante y exhausto, se arrojó a los pies de la Dama blanca. Seguidamente, ella al verlo postrado, se inclinó y lo rozó con sus suaves labios… Entonces,  el  Soberano  se disgregó imprevistamente hasta terminar reducido en un montículo de aserrín... El amor como el veneno, puede curar o matar.

   La niebla, humo blanquecino de un cigarro, desapareció en el estrecho espacio de una mesa de bar, de una ciudad cualquiera, donde dos competidores habían finalizado su cotidiano juego. 



Ecos del río


   Pedro Armella vivía en el bajo, un área ubicada en el extremo del Gran Delta que forma el río Paraná, en su desembocadura sobre el Río de la Plata. Acostumbraba recorrer la zona en su bote, todos los fines de semana  y llevar consigo una caña de pesca. Después de trabajar duramente en el aserradero, era preciso relajarse en ese ambiente natural.
   Era viernes y la luna iba remontando. La angosta embarcación le permitía zigzaguear  entre las tupidas ramas de los sauces que colgaban y se enlazaban con los totorales. Se detuvo para prestar oído a un rumor desconocido, un eco que de a poco fue debilitándose, perdiéndose entre las herbáceas, pero que, igualmente, inquietaba. De todos modos amarró el bote a una rama que pendía a su derecha. Preparó los elementos para la pesca y en esa “guarida natural” se acomodó a la espera de alguna señal en el agua.
   Una leve y fresca brisa estremecía los árboles de la orilla. El río lamía la pequeña embarcación y le arrancaba unos ruidos como de succión.
   Pedro estaba acostumbrado a la soledad del Delta, a los diversos sonidos nocturnos, aunque el que había llamado su atención, le resultó infrecuente.
   Atento al movimiento de su caña, retrocedió con rapidez el carrete y extrajo del agua una bota con cordón, semejante a la que él usaba. Miró detenidamente el calzado y descubrió con asombro que era la suyo. Pero, ¿cómo había llegado al agua? ¿En qué momento se lo quitó? No lo recordaba… Seguidamente, colocó una nueva carnada al anzuelo, lo arrojó al agua y se propuso olvidar el hecho. Por segunda vez vibró la caña y Pedro arrastró un trapo hasta el interior del bote. Lo escurrió y lo extendió…Notó absorto la costura del parche que había cosido su madre… Quedó obnubilado, al borde del delirio. Pedro palpó su torso desnudo y diose cuenta que era su camiseta la que había quedado prendida al anzuelo. Temblaba aunque no hacía frío.  Temblaba ante lo inexplicable. Miedo. Locura…
   El agua comenzaba a envolver las rocas y plantas de su margen. El bote ondulaba entre los pliegues del río. Iluminado por el claro de luna, Pedro se quedó quieto, reflexivo… Contuvo el llanto. No debía llorar en tal circunstancia. Luego, acondicionó la caña y suspirando profundamente, reanudó su actividad pesquera. Pero, por tercera vez, la caña osciló y con cierto recelo, corrió el carrete hacia atrás y sacó del río una prenda más… Convencido de que la  locura era como un torrentoso veneno que infectaba su sangre, lloró y gritó amargamente en esa oscura zona de islas deltaicas.
   Más tarde, comenzó a llover. El agua lavaba el rostro y el cuerpo tendido de este hombre recluido en una asombrosa naturaleza. Tuvo recuerdos. Sucesos acaecidos años atrás, en su adolescencia… El río, la pérdida de su padre, las inundaciones, su soledad perpetua…Eran flashes intermitentes…Las horas pasaban y Pedro continuaba de cara al cielo dentro del bote. El aguacero iba amainando.
   Surgía ante él, un silencio de muerte en el agresivo paisaje. Un silencio que iba cediendo el paso a voces confusas, extraños rumores de medianoche, suspiros que se ahogaban y que anunciaban la presencia de algo maligno, que no era visible, pero cuya aproximación se notaba.
   Pedro enderezó la cabeza, se sentó y con pocas fuerzas, desató el bote. Tomó los remos e intentó salir de ese sector abovedado del río. Pronto,  las aguas se arremolinaron y se precipitaban en repetidos borbotones fangosos. Con dificultad, cruzaba entre los carrizales y juncos. Las márgenes surgían como murallas sombrías y frondosas. El paisaje parecía cerrarse sobre la barca y estrechar toda posibilidad de escape.
   El hombre volvió a escuchar aquel insólito eco, aquel murmullo que lo había atraído hasta el sector extraordinario donde aparcó. La locura, a veces, no es otra cosa que la realidad presentada bajo diferente forma. Todo lo sucedido no tenía sentido, sin embargo, ocurría.
   La noche extendía sus ligeras alas de bruma sobre las orillas. Un desequilibrio térmico  se pronunciaba y se manifestaba progresivamente, con la llegada de fuertes vientos, grandes nubes y, culminó en una violenta precipitación. La tempestad se desató y torció su camino…
   Por la mañana, un rayo de sol serpenteó fugitivo entre las ramas de los sauces, derramando
chispas de luz sobre el agua. La tormenta había quedado atrás. El río se mostraba poco agitado…
   Un isleño madrugador se acercó a la orilla y se detuvo frente al inesperado hallazgo: un bote semihundido y a pocos metros, un hombre desnudo flotaba inerte.
   El eco misterioso sopló como brisa que se cuela entre la arboleda…Gradualmente, se fue apagando en el silencio mezclado de trinos, en el bajo Delta.




Selene


Una imagen blanca y clara estaba detenida en la noche templada. Una dama que sentía dentro de su cuerpo vacío, cómo se gestaba un amor profundo que la ilusionaba y condenaba al mismo tiempo. Deseaba con frenesí encontrar al hombre ideal, un ser con quien compartir sus sentimientos. Ese amor la transfiguraba… la perdía como loca soñadora de quimeras e imposibles…
  Esa anoche de verano, llena de fragancias, un joven solitario salió a recorrer los campos; caminó por senderos de verdes tréboles y por sembradíos que trazaban coloridas franjas en el terreno. Él era fornido, de piel tostada; tenía intensos ojos negros debajo de la capota de los párpados, finos labios y un rostro delgado. Un hombre soñador… Se recostó sobre el césped, debajo de los altísimos álamos. Los añejos árboles y los espesos arbustos daban una vasta y grata sombra durante las horas de estío. Y por la noche, era agradable disfrutar los perfumes que la brisa mezclaba de copa en copa.
  El muchacho continuaba de cara al cielo distinguiendo, entre los estrechos espacios que dejaban las entretejidas ramas, cómo se filtraba el claro de luna y descansaba dando rienda suelta a su imaginación.
  Eran grandes hectáreas de distintas tonalidades verdes, de alamedas cuyas copas se confundían entre sí y creaban senderos sombríos envueltos de rumores apacibles. Un río tortuoso cruzaba el prado. La luna espoleó su destello entre los brazos erguidos de los viejos árboles y luego, clavó su silueta en el agua transparente. Se reflejaba como en un brillante espejo, parecía flotar y segar el temblor del río.
  Inmediatamente, el hombre se zambulló para disipar el calor de su cuerpo. Se mecía en el vaivén de las aguas frescas que lo acariciaban. Cerró los ojos mientras flotaba al lado de la blanca imagen lunar… De pronto, sintió dos brazos suaves que lo rodeaban. Entonces, sus grandes ojos negros vieron ante él, una bella figura de mujer…

-No te inquietes. Soy Selene- dijo la mujer con voz candorosa

  La dama misteriosa posó su intensa mirada en la del varón que había encontrado. Él, por su parte, quedó cautivo de su hermosura, bajo el influjo de esa melodiosa voz… La abrazó y apoyó su mejilla en la blancura helada de su pecho…
  Cada noche él salía en búsqueda de su  dama, quien lo esperaba en el río. Todas las noches se repetía el ritual de amor. Pero, la forma ágil de la doncella desaparecía al despuntar el alba, cuando el hombre yacía dormido sobre la rala hierba.
  El aire componía un perfume dulce y extraño. El amor de los jóvenes crecía como una vehemente marea. Las noches pasaban y cada mañana se llenaba de suspiros y recuerdos… sentían que se pertenecían más allá del tiempo, más allá de lo natural…
  Cierta noche, el joven le imploró a la muchacha que se quedara para siempre con él, que compartiera su vida por completo… Selene sintió que llegaba el fin. ¿Cómo podría una solitaria dama nocturna desposarse con un mortal?  
     
      -Soy Selene, la luz de la noche. ¿Lo entiendes?

  Definitivamente, no lo comprendía. Creía que la magia del amor había desaparecido como el rocío de la mañana. Sentía que esta infame mujer se complacía jugando con sus sentimientos… No entendía el misterio que encerraba Selene. Aunque la amaba como un loco, no lograba desatar las dudas que lo apresaban.

      -Si no te quedas para siempre, debemos terminar- sentenció el hombre angustiado.

  Esa noche de despedida se hundieron en las sombras. Los recuerdos ondulaban en la suave brisa. La niebla cubrió en silencio, el valle claro del cuerpo de Selene. Lo miró, lo besó y corrió hasta perderse en la espesura de los arbustos… y allí, entre el follaje, su cuerpo se hizo difuso. Lentamente se elevó como aire entre las copas. Selene dejó flotando sobre el río, el eco de su llanto.
  El muchacho creyó ver entre los cruzados arbustos una forma blanca que se movía… Se acercó y la vio elevarse hasta fijarse en el azul firmamento. Estaba blanca, clara… tan  llena… Su resplandor mudó, súbitamente, el aire inquieto que se tornó frío y húmedo. Era ahora un hombre atrapado en un muro espeso de rocío… Escudriñó entre las malezas aunque sabía que no la hallaría. Un profundo resquemor ardía en su pecho pues, no la recuperaría jamás… La amaba y la odiaba. No sabía cabalmente cuál era el objeto de su odio, si su propia naturaleza humana que lo alejaba de su dama o bien, la naturaleza de esa Luna que lo había hechizado.
  Era un hombre condenado a contemplar los abismos de unos ojos de niña que declaraban su belleza como una celada amorosa, desde lo alto, tan lejana. Sus ojos se llenaron de lágrimas al contemplar a la reina de la noche. Blanca, clara, llena… reflejada en el río. Un torbellino de sentimientos lo invadió como negra espesura. Percibió un fuerte dolor en su pecho, una aguda presión y el galopar de su desbocado corazón estallando, estallando…No lo dudó. Se arrojó violentamente, ciego y entregado al seno de las aguas. Fue arrastrado hacia la profundidad del cauce.
  La Luna llena brillaba en toda su plenitud, en lo más alto del cielo y el viento suspiraba agitando las ramas y las altas hierbas. Eran grandes hectáreas arboladas, una verde bóveda de álamos…
  Pronto el agua halló la quietud y sobre la superficie resplandecía ella… blanca, clara y llena:    La dama de la noche.


De mi libro "Luces y sombras", Ediciones Independientes Rubén Sada, 2011.

domingo, 24 de mayo de 2020

La entrada


  La luz de las estrella se reflejó en mis ojos asombrados. Valió la pena  tolerar las interminables horas de viaje- notable travesía- que me condujo al sitio que quería visitar…contemplé admirado el cuadro natural que se abría paso ante mí: árboles  de un lado a otro unían su follaje y hacia el angosto valle en el que desembocaba el río, el cielo abierto mostraba sus pupilas brillares alrededor de la luna nueva.
  Los rumores que anidaban entre las hojas se confundían con el oleaje que golpeaba los peñascos. El agua dulce se arremolinaba y creaba escarpadas orillas. Me invadía una interesante impresión al observar tan gallardo escenario. Pocos y afortunados hombres habían podido llegar hasta este virgen paraíso escondido. Y en lo que a mí respecta, es uno de mis grandes placeres conocer lugares exóticos, estudiar diferentes fenómenos y componer mis textos de divulgación científica.
  El objetivo de este viaje radica en tomar unas tranquilas vacaciones y al mismo tiempo, reunirme con un compañero de la facultad para trabajar acerca de una tesis planteada en 1796. Ambos tenemos conocimientos sobre astronomía y estamos elaborando un texto crítico de Cosmografía acerca de una teoría presentada por Pierre-Simon Laplace, matemático francés y autor del libro “Exposition du Systeme du Monde”. No regresaré a mis labores sin profundizar los aspectos de Simon Laplace y los avances científicos relacionados con “Viento  estelar y agujeros”.
  Caminé alumbrado por la luna y complacido por la música efímera de las aguas y de algunas aves nocturnas que dejaban sus voces vagando en el aire. Escrutando las grandes formaciones rocosas me  topé con una abertura entre ellas, semejante a la entrada de una gruta. Encendí la lámpara y me aventuré a penetrar ese umbrío camino. Se veía el interior como encapotado por una ligera bruma… Entonces resaltó la imagen rojiza de una hoguera que se proyectaba más allá de donde me hallaba. Seguí en dirección a esas atizadas llamas; crecía en mí una sensación de gran incertidumbre mientras me aproximaba a la luz… ¿Quién encendería una fogata dentro de este lugar? La inseguridad me asedió; iluminé el sector y en una de las superficies pude ver una pintura rupestre. Despejé mis preocupaciones para dar  paso a la contemplación del grabado. Una fuerte energía estimuló mis sentidos. El dibujo mostraba un gran agujero negro[1] como los que están en el espacio, con trazos azulados circulares hacia el centro de la circunferencia. Alrededor de éste, una constelación de estrellas blancas, tan brillantes como las del mismo cielo que había contemplado al llegar.
  Tuve el extraño anhelo de extender mi mano para palpar la textura de ese diseño que me atraía tanto… De pronto oí voces y apagué la linterna. Me conduje casi a tientas hacia la salida y desaparecí por el otro costado de los macizos. Me escondí detrás de una roca,  en  la orilla del río. El agua golpeaba con furia y me salpicaba. De repente, surgieron tres sombras en las proximidades. Se reunieron en la entrada de la cueva, murmuraban frases indescifrables… El agua subía y bajaba ante mis pies y no podía moverme de mi escondite. ¿Quiénes eran? ¿Y por qué se ocultaban en esa cueva?
  Las aves que merodeaban la costa desaparecieron como por influjo de algo extraño… El rumor inicuo de los hombres brotaba de la oscuridad y su eco me inducía hacia el epicentro de ese círculo negro… sentí un golpe en la cabeza y caí desvanecido.
   Imaginé que me hundía en el espacio como por una especie de cascada, a una velocidad mayor que la de la luz y dentro de un gran agujero negro. Me sentí arrastrado hacia una curvatura infinita en la que el espacio y el tiempo se terminan. La gravedad del hoyo me empujaba hasta el horizonte de sucesos , una región que separa el agujero del resto de Universo. La presión gravitatoria comenzó a ejercer fuerza sobre el área donde me hallaba y me comprimía tal como lo hace con cualquier partícula.

  Percibí el desenlace escrito por mi propio colega. Me pareció reconocer su voz entre las de esos hombres. Un maniobra inteligente, premeditada y asombrosa… Comparé mi muerte con la de una Gigante roja[2]…            
  Recobré el sentido y suspiré al  sentirme a salvo de ese infierno. Tal vez la inquietud me había llevado al delirio...  Pero, al abrir los ojos, me vi envuelto en una lobreguez absoluta, cayendo vertiginosamente por un tubo cilíndrico. Percibí un terrible espasmo de violenta energía que me confinaba a la singularidad[3], límite a partir del cual ninguna partícula puede salir, incluyendo la luz…

  La hoguera chisporroteaba en la noche y se destrenzaban las débiles llamas ante el bravío soplo del viento. Las tres figuras se arrimaron a la hoguera y luego, la lumbre sucumbió ante la penumbra del ambiente. Dos  hombres salieron. Y el tercero se les sumó minutos después. Llevaba colgado en su hombro el bolso de su compañero…
  Ya se había ocultado la luna; el viento se serenaba y se oían remotos los pájaros cruzando el firmamento.
  Las formas ágiles de los tres desconocidos se agruparon hasta eclipsar el entorno… Se volatilizaron y desaparecieron allí, donde un sauce vuelca torrentes negros y los remansos se aquietan en un sinfín de silencios…




[1] Agujero negro: Región del espacio-tiempo provocada por una gran concentración de masa en su interior, con enorme aumento de la densidad, lo que genera un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera los fotones de luz, puede escapar de dicha región.. 

[2] Gigante roja: Estrella de gran masa.
[3] Singularidad: Límite o espacio curvo infinito provocado por la gravedad de un agujero negro.

El despertar


  Cuando despertó, la bestia estaba allí[1]… Sus ojos se clavaron fijamente en el hombre. Lo miró anhelante, sediento… La respiración se le entrecortaba; temblaba, estaba aterrado y un sudor frío empezó a recorrerle todo el cuerpo. Brotaba y empapaba aquel rostro que solamente podía expresar horror.
  Tomó con ambas manos su cara, sosteniéndola, cubriéndola. Sus párpados cayeron fugazmente apretados y murmurando, quizás una plegaria, sacudió la cabeza con extrema fuerza intentando borrar la imagen que lo atormentaba. Como si fuera un terrible recuerdo intentó ahuyentar la bestial figura y despejar la mente. Permaneció en silencio y contuvo la respiración por segundos… Luego, exhaló profundamente.
  La noche lucía su negro manto y el viento sonoro resoplaba en la soledad de los campos. La casita que habitaba era pequeña e inserta entre tanto follaje, parecía aún más minúscula. Nadie a kilómetros a la redonda. Ningún vecino con quien compartir la silvestre vida. En estos lugares las penumbras y las ausencias suelen ser eternas.
  Entonces, el tic-tac del antiguo reloj irrumpió en el cuarto. Era una vieja pieza que heredó de su padre y que no funcionaba desde muchos años atrás… ¿Para qué necesitaría un hombre solo controlar el tiempo? El presente se teñía de pasado. Se hacía inalcanzable e impreciso… El hombre abrió los ojos y observó los rincones. Estaba solo. Finalmente, resolvió acostarse     aunque no lograra conciliar el sueño. Volvió a concentrarse en el deseado descanso mas, el corazón le latía alocado. Súbitamente, escuchó algo que se deslizaba por el suelo rústico se cemento. En la quietud de la noche todo puede escucharse con notable precisión.
  El aire bufaba con mayor ímpetu. Parecía apoderarse de todo aliento de vida circundante. De pronto, el reloj se detuvo. Y el hombre se incorporó rápidamente… frente a él, descubrió al animal que había reptado por la vieja manta de la cama. Se deslizaba ahora, sobre su cuerpo. Podía sentir su peso por las piernas, por el abdomen… lo miró anhelante, hambriento.
  Se sonrió nerviosamente y como un rito, volvió a taparse la cara con las manos, sacudió ligeramente la cabeza. Después, abrió lentamente los ojos esperando el conocido resultado de la operación. Pero, la bestia continuaba allí. Abrió sus fauces y de un solo bocado, arrancó la cabeza devorándola al instante.



De mi libro "Luces y sombras", Ediciones Independientes Rubén Sada, 2011.

[1] La primera frase hace alusión al microcuento de Augusto Monterroso, formado por una única oración: “Cuando despertó, el dinosaurio estaba allí.”  (Antología de microcuentos, Círculo de Lectores, 2000).

Desvelo


Espero y escribo
al filo de la noche;
nado entre palabras
de dulce libertad.
Espero y escribo
para ahuyentar las sombras.
Trazo mil sonidos,
ecos en el olvido.

Miro hacia la noche
encendida de luciérnagas.
Vuelan sin reproche
las alas del poema.
Abro mi ventana
al alma que no tiene dueño.
Me recuesto por si llega
el ave del ensueño.
       
(06-03-2020)


Ella y yo


  La noche nacía fría y serena. En ella brillaban las estrellas como luces intermitentes. El viento envolvía las horas mezcladas de frescura. La luna era testigo de cada sonido en el aire. Liz se apoyaba sobre el tocador para resaltar sus labios y acomodar su cabello rubio y ondulado. Vestía diminutas prendas coloridas y tacones muy altos. Entonces, se observó frente al espejo, se perfumó y sonrió. Tenía prisa. Se dirigió tan velozmente como pudo al encuentro de la música, el humo y el alcohol: su mundo.
  La discoteque ardía entre risas y movimientos. Sus reflectores al girar, marcaban las diversas siluetas al compás de los sonidos abrumadores. En este lugar, entre sombras y luces, un hombre observaba a Liz obsesivamente. Aquél, no podía entender la distancia que lo separaba de esa mujer. Sentía una profunda nostalgia.
  Abruptamente ella salió del lugar. Caminó temerosa hacia la cochera; se sentó en el auto quitándose la peluca rubia. No entendía qué estaba sucediendo. Su corazón latía aceleradamente pues, oyó que alguien se acercaba. Liz cerró los ojos (…)
  Ella paseaba por la larga  Galería de Arte. Contemplaba sus pinturas con tristeza, viendo en ellas, un pasado que la perseguía a través del tiempo. Era tímida y sumisa. Vestía ropas amplias y lúgubres. Se recogía el cabello en un prolijo rodete. Su expresión era el color; sus palabras, el pincel. La pequeña fama causaba en ella el único momento de dicha y realización.
  Una niña llorando al pie de su cama, se reflejaba en su última creación: el fondo gris oscuro y las manos de un hombre se teñían entre lágrimas y matices. Jamás hablaría de aquello que no podía olvidar. ¿Por qué recordarlo con tanta precisión? Su nombre era Karen, una artista de bajo perfil, de esperanzas y sueños humildes. Ella salió de aquella galería, a altas horas de la noche, sin rumbo fijo. Desorientada se recostó sobre el banco de una solitaria plaza. Luego, contemplando el cielo, se dejó llevar por el cansancio y cerró los ojos (…)
  Liz odiaba la presencia de Karen, su recatada manera de actuar. Sentía fastidio y necesitaba deshacerse de esa imagen moral que señalaba sus pasos. Pero, cómo hacerlo… dado que las noches se hacían cortas entre el bullicio y la ilusión, su personalidad deseaba que no llegara nunca el amanecer. No quería volver a su cuarto oscuro, silencioso y vacío. Karen nunca estaba presente cuando ella la precisaba. Aunque vivían juntas, llevaban vidas separadas; ignoraban sus deseos y proyectos. Eran individualmente libres. Por eso, Liz había decidido darle fin a esto… la esperaba aquella madrugada fumando nerviosamente, casi descontrolada. Pero Karen no llegaba. Fue así que cambió su plan. Se dirigió a la cocina y buscó un pequeño frasco escondido en la alacena. Vertió la sustancia en los alimentos de Karen. Sonrió…
  Al día siguiente, llegó al departamento ese hombre. Él todavía la amaba. Venía con la esperanza de reconstruir su historia con esta mujer. Golpeó la puerta. Nadie respondió. De todas maneras continuó llamando a gritos, preocupado e imaginándose lo peor. Por ese motivo, el portero del edificio acudió alarmado por los gritos del visitante. Tomó las llaves, abrió lenta y temerosamente la puerta. Sus ojos permanecieron fijos en el suelo. No entró (…)             
-       ¡Liz! ¿Por qué?-exclamó el hombre conmovido. 
  La mujer yacía muerta sobre la oscura y mullida alfombra. En sus labios se dibujaba una mueca de triunfo. Parecía sonreír. El hombre llorando, la tomó entre sus brazos y en un hilo de voz, pronunció: “¿Por qué te has ido sin mí, amor?”
  Las cortinas se agitaban violentamente por el viento impetuoso que cruzaba el living. Ahora, silencio y dudas partían el tiempo como una daga. El portero salió en busca de ayuda. Demasiado tarde… Ella se escondía entre los brazos de un amor sin consuelo.
  El hombre suspiró (…)





De mi libro "Luces y sombras", Ediciones independientes Rubén Sada, 2011.