Escribo...

Escribo porque mi alma se libera, guía las letras y transporta emociones... Compongo porque dialogan, silenciosamente, la pluma y el papel mientras sublimes ascienden mis versos.

lunes, 25 de mayo de 2020

Selene


Una imagen blanca y clara estaba detenida en la noche templada. Una dama que sentía dentro de su cuerpo vacío, cómo se gestaba un amor profundo que la ilusionaba y condenaba al mismo tiempo. Deseaba con frenesí encontrar al hombre ideal, un ser con quien compartir sus sentimientos. Ese amor la transfiguraba… la perdía como loca soñadora de quimeras e imposibles…
  Esa anoche de verano, llena de fragancias, un joven solitario salió a recorrer los campos; caminó por senderos de verdes tréboles y por sembradíos que trazaban coloridas franjas en el terreno. Él era fornido, de piel tostada; tenía intensos ojos negros debajo de la capota de los párpados, finos labios y un rostro delgado. Un hombre soñador… Se recostó sobre el césped, debajo de los altísimos álamos. Los añejos árboles y los espesos arbustos daban una vasta y grata sombra durante las horas de estío. Y por la noche, era agradable disfrutar los perfumes que la brisa mezclaba de copa en copa.
  El muchacho continuaba de cara al cielo distinguiendo, entre los estrechos espacios que dejaban las entretejidas ramas, cómo se filtraba el claro de luna y descansaba dando rienda suelta a su imaginación.
  Eran grandes hectáreas de distintas tonalidades verdes, de alamedas cuyas copas se confundían entre sí y creaban senderos sombríos envueltos de rumores apacibles. Un río tortuoso cruzaba el prado. La luna espoleó su destello entre los brazos erguidos de los viejos árboles y luego, clavó su silueta en el agua transparente. Se reflejaba como en un brillante espejo, parecía flotar y segar el temblor del río.
  Inmediatamente, el hombre se zambulló para disipar el calor de su cuerpo. Se mecía en el vaivén de las aguas frescas que lo acariciaban. Cerró los ojos mientras flotaba al lado de la blanca imagen lunar… De pronto, sintió dos brazos suaves que lo rodeaban. Entonces, sus grandes ojos negros vieron ante él, una bella figura de mujer…

-No te inquietes. Soy Selene- dijo la mujer con voz candorosa

  La dama misteriosa posó su intensa mirada en la del varón que había encontrado. Él, por su parte, quedó cautivo de su hermosura, bajo el influjo de esa melodiosa voz… La abrazó y apoyó su mejilla en la blancura helada de su pecho…
  Cada noche él salía en búsqueda de su  dama, quien lo esperaba en el río. Todas las noches se repetía el ritual de amor. Pero, la forma ágil de la doncella desaparecía al despuntar el alba, cuando el hombre yacía dormido sobre la rala hierba.
  El aire componía un perfume dulce y extraño. El amor de los jóvenes crecía como una vehemente marea. Las noches pasaban y cada mañana se llenaba de suspiros y recuerdos… sentían que se pertenecían más allá del tiempo, más allá de lo natural…
  Cierta noche, el joven le imploró a la muchacha que se quedara para siempre con él, que compartiera su vida por completo… Selene sintió que llegaba el fin. ¿Cómo podría una solitaria dama nocturna desposarse con un mortal?  
     
      -Soy Selene, la luz de la noche. ¿Lo entiendes?

  Definitivamente, no lo comprendía. Creía que la magia del amor había desaparecido como el rocío de la mañana. Sentía que esta infame mujer se complacía jugando con sus sentimientos… No entendía el misterio que encerraba Selene. Aunque la amaba como un loco, no lograba desatar las dudas que lo apresaban.

      -Si no te quedas para siempre, debemos terminar- sentenció el hombre angustiado.

  Esa noche de despedida se hundieron en las sombras. Los recuerdos ondulaban en la suave brisa. La niebla cubrió en silencio, el valle claro del cuerpo de Selene. Lo miró, lo besó y corrió hasta perderse en la espesura de los arbustos… y allí, entre el follaje, su cuerpo se hizo difuso. Lentamente se elevó como aire entre las copas. Selene dejó flotando sobre el río, el eco de su llanto.
  El muchacho creyó ver entre los cruzados arbustos una forma blanca que se movía… Se acercó y la vio elevarse hasta fijarse en el azul firmamento. Estaba blanca, clara… tan  llena… Su resplandor mudó, súbitamente, el aire inquieto que se tornó frío y húmedo. Era ahora un hombre atrapado en un muro espeso de rocío… Escudriñó entre las malezas aunque sabía que no la hallaría. Un profundo resquemor ardía en su pecho pues, no la recuperaría jamás… La amaba y la odiaba. No sabía cabalmente cuál era el objeto de su odio, si su propia naturaleza humana que lo alejaba de su dama o bien, la naturaleza de esa Luna que lo había hechizado.
  Era un hombre condenado a contemplar los abismos de unos ojos de niña que declaraban su belleza como una celada amorosa, desde lo alto, tan lejana. Sus ojos se llenaron de lágrimas al contemplar a la reina de la noche. Blanca, clara, llena… reflejada en el río. Un torbellino de sentimientos lo invadió como negra espesura. Percibió un fuerte dolor en su pecho, una aguda presión y el galopar de su desbocado corazón estallando, estallando…No lo dudó. Se arrojó violentamente, ciego y entregado al seno de las aguas. Fue arrastrado hacia la profundidad del cauce.
  La Luna llena brillaba en toda su plenitud, en lo más alto del cielo y el viento suspiraba agitando las ramas y las altas hierbas. Eran grandes hectáreas arboladas, una verde bóveda de álamos…
  Pronto el agua halló la quietud y sobre la superficie resplandecía ella… blanca, clara y llena:    La dama de la noche.


De mi libro "Luces y sombras", Ediciones Independientes Rubén Sada, 2011.

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