Escribo...

Escribo porque mi alma se libera, guía las letras y transporta emociones... Compongo porque dialogan, silenciosamente, la pluma y el papel mientras sublimes ascienden mis versos.

lunes, 25 de mayo de 2020

Ecos del río


   Pedro Armella vivía en el bajo, un área ubicada en el extremo del Gran Delta que forma el río Paraná, en su desembocadura sobre el Río de la Plata. Acostumbraba recorrer la zona en su bote, todos los fines de semana  y llevar consigo una caña de pesca. Después de trabajar duramente en el aserradero, era preciso relajarse en ese ambiente natural.
   Era viernes y la luna iba remontando. La angosta embarcación le permitía zigzaguear  entre las tupidas ramas de los sauces que colgaban y se enlazaban con los totorales. Se detuvo para prestar oído a un rumor desconocido, un eco que de a poco fue debilitándose, perdiéndose entre las herbáceas, pero que, igualmente, inquietaba. De todos modos amarró el bote a una rama que pendía a su derecha. Preparó los elementos para la pesca y en esa “guarida natural” se acomodó a la espera de alguna señal en el agua.
   Una leve y fresca brisa estremecía los árboles de la orilla. El río lamía la pequeña embarcación y le arrancaba unos ruidos como de succión.
   Pedro estaba acostumbrado a la soledad del Delta, a los diversos sonidos nocturnos, aunque el que había llamado su atención, le resultó infrecuente.
   Atento al movimiento de su caña, retrocedió con rapidez el carrete y extrajo del agua una bota con cordón, semejante a la que él usaba. Miró detenidamente el calzado y descubrió con asombro que era la suyo. Pero, ¿cómo había llegado al agua? ¿En qué momento se lo quitó? No lo recordaba… Seguidamente, colocó una nueva carnada al anzuelo, lo arrojó al agua y se propuso olvidar el hecho. Por segunda vez vibró la caña y Pedro arrastró un trapo hasta el interior del bote. Lo escurrió y lo extendió…Notó absorto la costura del parche que había cosido su madre… Quedó obnubilado, al borde del delirio. Pedro palpó su torso desnudo y diose cuenta que era su camiseta la que había quedado prendida al anzuelo. Temblaba aunque no hacía frío.  Temblaba ante lo inexplicable. Miedo. Locura…
   El agua comenzaba a envolver las rocas y plantas de su margen. El bote ondulaba entre los pliegues del río. Iluminado por el claro de luna, Pedro se quedó quieto, reflexivo… Contuvo el llanto. No debía llorar en tal circunstancia. Luego, acondicionó la caña y suspirando profundamente, reanudó su actividad pesquera. Pero, por tercera vez, la caña osciló y con cierto recelo, corrió el carrete hacia atrás y sacó del río una prenda más… Convencido de que la  locura era como un torrentoso veneno que infectaba su sangre, lloró y gritó amargamente en esa oscura zona de islas deltaicas.
   Más tarde, comenzó a llover. El agua lavaba el rostro y el cuerpo tendido de este hombre recluido en una asombrosa naturaleza. Tuvo recuerdos. Sucesos acaecidos años atrás, en su adolescencia… El río, la pérdida de su padre, las inundaciones, su soledad perpetua…Eran flashes intermitentes…Las horas pasaban y Pedro continuaba de cara al cielo dentro del bote. El aguacero iba amainando.
   Surgía ante él, un silencio de muerte en el agresivo paisaje. Un silencio que iba cediendo el paso a voces confusas, extraños rumores de medianoche, suspiros que se ahogaban y que anunciaban la presencia de algo maligno, que no era visible, pero cuya aproximación se notaba.
   Pedro enderezó la cabeza, se sentó y con pocas fuerzas, desató el bote. Tomó los remos e intentó salir de ese sector abovedado del río. Pronto,  las aguas se arremolinaron y se precipitaban en repetidos borbotones fangosos. Con dificultad, cruzaba entre los carrizales y juncos. Las márgenes surgían como murallas sombrías y frondosas. El paisaje parecía cerrarse sobre la barca y estrechar toda posibilidad de escape.
   El hombre volvió a escuchar aquel insólito eco, aquel murmullo que lo había atraído hasta el sector extraordinario donde aparcó. La locura, a veces, no es otra cosa que la realidad presentada bajo diferente forma. Todo lo sucedido no tenía sentido, sin embargo, ocurría.
   La noche extendía sus ligeras alas de bruma sobre las orillas. Un desequilibrio térmico  se pronunciaba y se manifestaba progresivamente, con la llegada de fuertes vientos, grandes nubes y, culminó en una violenta precipitación. La tempestad se desató y torció su camino…
   Por la mañana, un rayo de sol serpenteó fugitivo entre las ramas de los sauces, derramando
chispas de luz sobre el agua. La tormenta había quedado atrás. El río se mostraba poco agitado…
   Un isleño madrugador se acercó a la orilla y se detuvo frente al inesperado hallazgo: un bote semihundido y a pocos metros, un hombre desnudo flotaba inerte.
   El eco misterioso sopló como brisa que se cuela entre la arboleda…Gradualmente, se fue apagando en el silencio mezclado de trinos, en el bajo Delta.




No hay comentarios:

Publicar un comentario