Una imagen blanca y clara estaba detenida en la
noche templada. Una dama que sentía dentro de su cuerpo vacío, cómo se gestaba
un amor profundo que la ilusionaba y condenaba al mismo tiempo. Deseaba con
frenesí encontrar al hombre ideal, un ser con quien compartir sus sentimientos.
Ese amor la transfiguraba… la perdía como loca soñadora de quimeras e
imposibles…
Esa
anoche de verano, llena de fragancias, un joven solitario salió a recorrer los
campos; caminó por senderos de verdes tréboles y por sembradíos que trazaban
coloridas franjas en el terreno. Él era fornido, de piel tostada; tenía
intensos ojos negros debajo de la capota de los párpados, finos labios y un
rostro delgado. Un hombre soñador… Se recostó sobre el césped, debajo de los
altísimos álamos. Los añejos árboles y los espesos arbustos daban una vasta y
grata sombra durante las horas de estío. Y por la noche, era agradable
disfrutar los perfumes que la brisa mezclaba de copa en copa.
El
muchacho continuaba de cara al cielo distinguiendo, entre los estrechos
espacios que dejaban las entretejidas ramas, cómo se filtraba el claro de luna
y descansaba dando rienda suelta a su imaginación.
Eran
grandes hectáreas de distintas tonalidades verdes, de alamedas cuyas copas se
confundían entre sí y creaban senderos sombríos envueltos de rumores apacibles.
Un río tortuoso cruzaba el prado. La luna espoleó su destello entre los brazos
erguidos de los viejos árboles y luego, clavó su silueta en el agua
transparente. Se reflejaba como en un brillante espejo, parecía flotar y segar
el temblor del río.
Inmediatamente, el hombre se zambulló para disipar el calor de su
cuerpo. Se mecía en el vaivén de las aguas frescas que lo acariciaban. Cerró
los ojos mientras flotaba al lado de la blanca imagen lunar… De pronto, sintió
dos brazos suaves que lo rodeaban. Entonces, sus grandes ojos negros vieron
ante él, una bella figura de mujer…
-No te inquietes. Soy Selene- dijo
la mujer con voz candorosa
La dama
misteriosa posó su intensa mirada en la del varón que había encontrado. Él, por
su parte, quedó cautivo de su hermosura, bajo el influjo de esa melodiosa voz…
La abrazó y apoyó su mejilla en la blancura helada de su pecho…
Cada
noche él salía en búsqueda de su dama,
quien lo esperaba en el río. Todas las noches se repetía el ritual de amor.
Pero, la forma ágil de la doncella desaparecía al despuntar el alba, cuando el
hombre yacía dormido sobre la rala hierba.
El aire
componía un perfume dulce y extraño. El amor de los jóvenes crecía como una vehemente
marea. Las noches pasaban y cada mañana se llenaba de suspiros y recuerdos…
sentían que se pertenecían más allá del tiempo, más allá de lo natural…
Cierta noche,
el joven le imploró a la muchacha que se quedara para siempre con él, que
compartiera su vida por completo… Selene sintió que llegaba el fin. ¿Cómo
podría una solitaria dama nocturna desposarse con un mortal?
-Soy Selene, la luz de la noche. ¿Lo entiendes?
Definitivamente, no lo comprendía. Creía que la magia del amor había
desaparecido como el rocío de la mañana. Sentía que esta infame mujer se
complacía jugando con sus sentimientos… No entendía el misterio que encerraba
Selene. Aunque la amaba como un loco, no lograba desatar las dudas que lo
apresaban.
-Si
no te quedas para siempre, debemos terminar- sentenció el hombre angustiado.
Esa
noche de despedida se hundieron en las sombras. Los recuerdos ondulaban en la
suave brisa. La niebla cubrió en silencio, el valle claro del cuerpo de Selene.
Lo miró, lo besó y corrió hasta perderse en la espesura de los arbustos… y
allí, entre el follaje, su cuerpo se hizo difuso. Lentamente se elevó como aire
entre las copas. Selene dejó flotando sobre el río, el eco de su llanto.
El
muchacho creyó ver entre los cruzados arbustos una forma blanca que se movía… Se
acercó y la vio elevarse hasta fijarse en el azul firmamento. Estaba blanca,
clara… tan llena… Su resplandor mudó,
súbitamente, el aire inquieto que se tornó frío y húmedo. Era ahora un hombre
atrapado en un muro espeso de rocío… Escudriñó entre las malezas aunque sabía
que no la hallaría. Un profundo resquemor ardía en su pecho pues, no la
recuperaría jamás… La amaba y la odiaba. No sabía cabalmente cuál era el objeto
de su odio, si su propia naturaleza humana que lo alejaba de su dama o bien, la
naturaleza de esa Luna que lo había hechizado.
Era un
hombre condenado a contemplar los abismos de unos ojos de niña que declaraban
su belleza como una celada amorosa, desde lo alto, tan lejana. Sus ojos se
llenaron de lágrimas al contemplar a la reina de la noche. Blanca, clara,
llena… reflejada en el río. Un torbellino de sentimientos lo invadió como negra
espesura. Percibió un fuerte dolor en su pecho, una aguda presión y el galopar
de su desbocado corazón estallando, estallando…No lo dudó. Se arrojó
violentamente, ciego y entregado al seno de las aguas. Fue arrastrado hacia la
profundidad del cauce.
La Luna
llena brillaba en toda su plenitud, en lo más alto del cielo y el viento
suspiraba agitando las ramas y las altas hierbas. Eran grandes hectáreas
arboladas, una verde bóveda de álamos…
Pronto
el agua halló la quietud y sobre la superficie resplandecía ella… blanca, clara
y llena: La dama de la noche.
De mi libro "Luces y sombras", Ediciones Independientes Rubén Sada, 2011.