Escribo...

Escribo porque mi alma se libera, guía las letras y transporta emociones... Compongo porque dialogan, silenciosamente, la pluma y el papel mientras sublimes ascienden mis versos.

domingo, 24 de mayo de 2020

El despertar


  Cuando despertó, la bestia estaba allí[1]… Sus ojos se clavaron fijamente en el hombre. Lo miró anhelante, sediento… La respiración se le entrecortaba; temblaba, estaba aterrado y un sudor frío empezó a recorrerle todo el cuerpo. Brotaba y empapaba aquel rostro que solamente podía expresar horror.
  Tomó con ambas manos su cara, sosteniéndola, cubriéndola. Sus párpados cayeron fugazmente apretados y murmurando, quizás una plegaria, sacudió la cabeza con extrema fuerza intentando borrar la imagen que lo atormentaba. Como si fuera un terrible recuerdo intentó ahuyentar la bestial figura y despejar la mente. Permaneció en silencio y contuvo la respiración por segundos… Luego, exhaló profundamente.
  La noche lucía su negro manto y el viento sonoro resoplaba en la soledad de los campos. La casita que habitaba era pequeña e inserta entre tanto follaje, parecía aún más minúscula. Nadie a kilómetros a la redonda. Ningún vecino con quien compartir la silvestre vida. En estos lugares las penumbras y las ausencias suelen ser eternas.
  Entonces, el tic-tac del antiguo reloj irrumpió en el cuarto. Era una vieja pieza que heredó de su padre y que no funcionaba desde muchos años atrás… ¿Para qué necesitaría un hombre solo controlar el tiempo? El presente se teñía de pasado. Se hacía inalcanzable e impreciso… El hombre abrió los ojos y observó los rincones. Estaba solo. Finalmente, resolvió acostarse     aunque no lograra conciliar el sueño. Volvió a concentrarse en el deseado descanso mas, el corazón le latía alocado. Súbitamente, escuchó algo que se deslizaba por el suelo rústico se cemento. En la quietud de la noche todo puede escucharse con notable precisión.
  El aire bufaba con mayor ímpetu. Parecía apoderarse de todo aliento de vida circundante. De pronto, el reloj se detuvo. Y el hombre se incorporó rápidamente… frente a él, descubrió al animal que había reptado por la vieja manta de la cama. Se deslizaba ahora, sobre su cuerpo. Podía sentir su peso por las piernas, por el abdomen… lo miró anhelante, hambriento.
  Se sonrió nerviosamente y como un rito, volvió a taparse la cara con las manos, sacudió ligeramente la cabeza. Después, abrió lentamente los ojos esperando el conocido resultado de la operación. Pero, la bestia continuaba allí. Abrió sus fauces y de un solo bocado, arrancó la cabeza devorándola al instante.



De mi libro "Luces y sombras", Ediciones Independientes Rubén Sada, 2011.

[1] La primera frase hace alusión al microcuento de Augusto Monterroso, formado por una única oración: “Cuando despertó, el dinosaurio estaba allí.”  (Antología de microcuentos, Círculo de Lectores, 2000).

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