Cuando despertó, la bestia estaba
allí[1]… Sus ojos se
clavaron fijamente en el hombre. Lo miró anhelante, sediento… La respiración se
le entrecortaba; temblaba, estaba aterrado y un sudor frío empezó a recorrerle
todo el cuerpo. Brotaba y empapaba aquel rostro que solamente podía expresar
horror.
Tomó con ambas manos su cara, sosteniéndola, cubriéndola. Sus párpados
cayeron fugazmente apretados y murmurando, quizás una plegaria, sacudió la
cabeza con extrema fuerza intentando borrar la imagen que lo atormentaba. Como
si fuera un terrible recuerdo intentó ahuyentar la bestial figura y despejar la
mente. Permaneció en silencio y contuvo la respiración por segundos… Luego,
exhaló profundamente.
La noche lucía su negro manto y el viento sonoro resoplaba en la soledad
de los campos. La casita que habitaba era pequeña e inserta entre tanto
follaje, parecía aún más minúscula. Nadie a kilómetros a la redonda. Ningún
vecino con quien compartir la silvestre vida. En estos lugares las penumbras y
las ausencias suelen ser eternas.
Entonces, el tic-tac del antiguo reloj irrumpió en el cuarto. Era una
vieja pieza que heredó de su padre y que no funcionaba desde muchos años atrás…
¿Para qué necesitaría un hombre solo controlar el tiempo? El presente se teñía
de pasado. Se hacía inalcanzable e impreciso… El hombre abrió los ojos y
observó los rincones. Estaba solo. Finalmente, resolvió acostarse aunque no lograra conciliar el sueño.
Volvió a concentrarse en el deseado descanso mas, el corazón le latía alocado.
Súbitamente, escuchó algo que se deslizaba por el suelo rústico se cemento. En
la quietud de la noche todo puede escucharse con notable precisión.
El aire bufaba con mayor ímpetu. Parecía apoderarse de todo aliento de
vida circundante. De pronto, el reloj se detuvo. Y el hombre se incorporó
rápidamente… frente a él, descubrió al animal que había reptado por la vieja
manta de la cama. Se deslizaba ahora, sobre su cuerpo. Podía sentir su peso por
las piernas, por el abdomen… lo miró anhelante, hambriento.
Se sonrió nerviosamente y como un rito, volvió a taparse la cara con las
manos, sacudió ligeramente la cabeza. Después, abrió lentamente los ojos
esperando el conocido resultado de la operación. Pero, la bestia continuaba
allí. Abrió sus fauces y de un solo bocado, arrancó la cabeza devorándola al
instante.
De mi libro "Luces y sombras", Ediciones Independientes Rubén Sada, 2011.
[1] La primera frase hace alusión al microcuento
de Augusto Monterroso, formado
por una única oración: “Cuando despertó,
el dinosaurio estaba allí.”
(Antología de microcuentos, Círculo de Lectores, 2000).
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