Escribo...

Escribo porque mi alma se libera, guía las letras y transporta emociones... Compongo porque dialogan, silenciosamente, la pluma y el papel mientras sublimes ascienden mis versos.

domingo, 24 de mayo de 2020

Ella y yo


  La noche nacía fría y serena. En ella brillaban las estrellas como luces intermitentes. El viento envolvía las horas mezcladas de frescura. La luna era testigo de cada sonido en el aire. Liz se apoyaba sobre el tocador para resaltar sus labios y acomodar su cabello rubio y ondulado. Vestía diminutas prendas coloridas y tacones muy altos. Entonces, se observó frente al espejo, se perfumó y sonrió. Tenía prisa. Se dirigió tan velozmente como pudo al encuentro de la música, el humo y el alcohol: su mundo.
  La discoteque ardía entre risas y movimientos. Sus reflectores al girar, marcaban las diversas siluetas al compás de los sonidos abrumadores. En este lugar, entre sombras y luces, un hombre observaba a Liz obsesivamente. Aquél, no podía entender la distancia que lo separaba de esa mujer. Sentía una profunda nostalgia.
  Abruptamente ella salió del lugar. Caminó temerosa hacia la cochera; se sentó en el auto quitándose la peluca rubia. No entendía qué estaba sucediendo. Su corazón latía aceleradamente pues, oyó que alguien se acercaba. Liz cerró los ojos (…)
  Ella paseaba por la larga  Galería de Arte. Contemplaba sus pinturas con tristeza, viendo en ellas, un pasado que la perseguía a través del tiempo. Era tímida y sumisa. Vestía ropas amplias y lúgubres. Se recogía el cabello en un prolijo rodete. Su expresión era el color; sus palabras, el pincel. La pequeña fama causaba en ella el único momento de dicha y realización.
  Una niña llorando al pie de su cama, se reflejaba en su última creación: el fondo gris oscuro y las manos de un hombre se teñían entre lágrimas y matices. Jamás hablaría de aquello que no podía olvidar. ¿Por qué recordarlo con tanta precisión? Su nombre era Karen, una artista de bajo perfil, de esperanzas y sueños humildes. Ella salió de aquella galería, a altas horas de la noche, sin rumbo fijo. Desorientada se recostó sobre el banco de una solitaria plaza. Luego, contemplando el cielo, se dejó llevar por el cansancio y cerró los ojos (…)
  Liz odiaba la presencia de Karen, su recatada manera de actuar. Sentía fastidio y necesitaba deshacerse de esa imagen moral que señalaba sus pasos. Pero, cómo hacerlo… dado que las noches se hacían cortas entre el bullicio y la ilusión, su personalidad deseaba que no llegara nunca el amanecer. No quería volver a su cuarto oscuro, silencioso y vacío. Karen nunca estaba presente cuando ella la precisaba. Aunque vivían juntas, llevaban vidas separadas; ignoraban sus deseos y proyectos. Eran individualmente libres. Por eso, Liz había decidido darle fin a esto… la esperaba aquella madrugada fumando nerviosamente, casi descontrolada. Pero Karen no llegaba. Fue así que cambió su plan. Se dirigió a la cocina y buscó un pequeño frasco escondido en la alacena. Vertió la sustancia en los alimentos de Karen. Sonrió…
  Al día siguiente, llegó al departamento ese hombre. Él todavía la amaba. Venía con la esperanza de reconstruir su historia con esta mujer. Golpeó la puerta. Nadie respondió. De todas maneras continuó llamando a gritos, preocupado e imaginándose lo peor. Por ese motivo, el portero del edificio acudió alarmado por los gritos del visitante. Tomó las llaves, abrió lenta y temerosamente la puerta. Sus ojos permanecieron fijos en el suelo. No entró (…)             
-       ¡Liz! ¿Por qué?-exclamó el hombre conmovido. 
  La mujer yacía muerta sobre la oscura y mullida alfombra. En sus labios se dibujaba una mueca de triunfo. Parecía sonreír. El hombre llorando, la tomó entre sus brazos y en un hilo de voz, pronunció: “¿Por qué te has ido sin mí, amor?”
  Las cortinas se agitaban violentamente por el viento impetuoso que cruzaba el living. Ahora, silencio y dudas partían el tiempo como una daga. El portero salió en busca de ayuda. Demasiado tarde… Ella se escondía entre los brazos de un amor sin consuelo.
  El hombre suspiró (…)





De mi libro "Luces y sombras", Ediciones independientes Rubén Sada, 2011.







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